En un mundo manejado por números, en el que recurrimos a ellos para entenderlo, para darle forma; Lionel Messi es el mejor jugador de la historia del fútbol. En el otro mundo, en el que hay razones que la razón no entiende, estuvo siempre a nada de serlo, hasta ahora, al menos para la mayoria de los argentinos.

En el Mundial de Fúbol que acaba de terminar y que contó con Messi como mejor jugador, el siempre destacadísimo futbolista agregó a su repertoio algo que le faltaba: “la épica”. Siempre en la comparaión con Maradona se le exponía al rosarino esa supuesta falta de espíiritu, de entrega futbolística, que para los críticos lo distanciaba del de Fiorito.

La vida de Maradona fue un clásico mito griego desde sus inicios en Cebollitas, pasando por una de sus apoteosis en México 86 y luego un lento descenso para lograr finalmente la inmortalidad. Lo épico siempre acompañó al Diego inclusive en su muerte. En lo futbolistico siempre le tocó luchar contra las adversidades, incluso desde su tamaño ante defensores que como mínimo eran 20 centímetros más altos, lo que sumado a sus problemas de adicciones al final de su carrera elevaron esa categoría de épica a mítica.

Messi en tanto no tuvo que recurrir a esa instancia sino hasta su salida del Barcelona para firmar con el París Saint Germain. Siendo escandalósamente el mejor futbolista su club no quiso retenerlo y lo dejó libre; de esta forma pasó a compartir equipo con dos de los jugadores top cinco del mundo, Neymar y Mbappé. Allí fue resistido, no estuvo en su mejor forma física y comenzó a apelar a otras amas. Se volvió un jugador completo. A la falta de explosión o velocidad la suplió con visión, entrega, voz de mando. Se vio como nunca antes en desventaja física, lo que le salía fácil y lo hacia varias veces por partido, sacarse un par de jugadores de encima en velocidad, lo hacía de manera esporádica. Esta nueva versión de Messi, fue la misma que la Selección Argentina disfrutaría en Qatar y que fue gestándose lentamente en París.

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El tiempo jugó a favor de Lionel en esta versión épica, no era el del 2006 a punto de ganar su primer Balón de Oro; no era el del 2010, el que empezaría a llevarse todos los laureles individuales que se puedan ganar; no era el del 2014 que a pesar de un gran mundial y de llegar a la final no pudo coronarla y menos la versión del 2018, cansado, frustrado y sin equipo. El Messi del 2022 empezó a forjarse en la Copa América 2019, ese que alzó la voz contra la Conmebol, el Var y la forma en que se sintió afectado. Ese que se llevó ese mismo trofeo dos años después para terminar una larga sequía de finales perdidas. Ese número 30 del PSG que fue enontrando su mejor forma durante el año y que en una jugada podía definir el partido.

Este Messi épico, capaz de aguantar de espaldas ante tres y girar para encarar, lllevando a la rastra por Wembley a los defensores italianos y en hombros los sueños de ganar otro trofeo, ese fue apareciendo en Doha.

Su ascendencia ante sus compañeros, su presencia ante los rivales lo hicieron desde el primer encuentro el centro del Mundial. Ese partido perdido ante Arabia solo fue el inicio de este cuento comparable a uno de las Mil y Una Noches. Arena, desierto, calor, robos, jeques, reyes, oro y sueños. A partir de allí solo quedaba ponerse el equipo a cuestas para que el sueño no acabe tan pronto y así lo hizo. Así pasó México, pasó Polonia y se pasó de ronda para derrotar a Australia.

Los héroes siempre se revelan contra algo, desfacen entuertos, revelan un misterio, resguardan a los débiles de los poderosos. Países Bajos (la ex Holanda) volvía a aparecer en el camino de la Argentina en un Mundial, siempre fueron encuentros a todo o nada y así lo supieron los neerlandeses y lo hicieron saber con sus declaraciones y la forma de jugar el encuentro. Messi tocado en su amor propio se reveló y en una repentina metamofósis dejó salir esa nueva versión mezcla de Riquelme y Maradona; expresando lo que sentía ante la vista de unos 5.000 millones de personas que observaban en pantallas alrededor del mundo el festejo en la cara de Van Gaal y el posterior desahogo contra quienes lo ofendieron.

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Ya no había vuelta atrás en su transformación del chico que durante más de 20 años fue un ejemplo del jugador europeizado, obediente, sin sentimientos; al jugador sudamericano, que ríe, llora, grita y canta mientras juega, gane o pierda.

Croacia fue el Purgatorio que había que sortear para llegar al Paraíso y fue de la mano de Messi que repitiéndose, como solo el puede hacerlo, se llevó a un jugador 15 años menor, 20 centímetros más alto y más ágil, donde quiso, a las puertas del Edén.

Allí, en ese Campo Elíseo esperaba ansioso el último campeón, confiado en su poderíó futbolístico, su andar casi prístino por el campeonato, sin sobresaltos mayores. El encuentro entre compañeros de equipo, entre el mejor jugador de la historia y quien podría sucederlo. Sin embargo no fue lo que se esperaba, la superioriad del débil sudamericano fue muy notoria. Pero, como si se tratara de alguna novela de entregas como en el Siglo XIX, todo cambió repentinamente para que el final sea aún más memorable.

El villano avanzó con todas sus fuerzas y tuvo al borde de la derrota al héroe que todos esperaban, quien finalmente dio otra lección: “nadie gana solo”. El final épico llegó, la definitiva transfiguración de Messi en ese prototipo que todos, incluso el, querían.

El Messi enorme como jugador dio paso al Messi épico, incomparable, indiscutible. Ya los números tienen otro respaldo, a los 35 años el cielo sobre el estadio Lusaill lo vio levantar la Copa del Mundo y devolververlo a las tierras argentinas que no lo albergaba desde un año antes de que el naciera.

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Lo esperaban millones para abrazarlo, alzarlo, abrigarlo, para darle ese lugar que se merecía junto a Maradona, Fangio, Ginóbili y Vilas. El héroe popular que traspasó la barrera y que de ahora en más ya se volvió inmortal.

Javier Adorno

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